.............. (fin de la trilogía)

En el bar de siempre, el café sabe distinto cada día. Tiene gracia. Desde que entras por la puerta, preso del mono de cafeina, los dibujos de Dragon Ball en la tele y los solysombras en la barra no hacen sospechar que hoy es otro día. Humea el vaso cuando el camarero vierte la leche rompiendo el negro del café. "Joder, y eso que le he dicho templada". El taburete, sin piedad, me recuerda que ayer estuve 45' subido en el rodillo. Me quedo de pie. En mi cabeza comparten espacio demasiadas cosas. Soplar el café me ayuda a pensar. Tres tragos. Dos cortitos y el último más largo. El vaso queda vacío pero la cabeza sigue llena. Cajón desastre donde se entremezclan familia, ocio y trabajo. Por este orden. Estiras la sabana pero dificilmente queda todo cubierto. Esto también tiene gracia. A Songoku, en la tele, se la suda mis desajustes mentales. Y a mi sus peleas. Saboreando el útlimo trago de café y los primeros kilometros de carrera de esta mañana, sonrío. Es viernes. Claro, el café no sabe igual cada día porque cada día es distinto. A ver si resulta que la rutina la hacemos nosotros. A trote cochinero va pasando la semana y al galope tendido los días sin curro. Pero siempre es el jinete el que debe mandar sobre el caballo. O debe ser.

Y cuando ni yo mismo aguanto lo que escribo me dice Dani, un amiguete de encuentros fugaces y aficiones compartidas, que una compañera suya de trabajo es capaz de seguir con bastante frecuencia lo que escribo. ¡¡ Que valor, Sylvia !! Que queréis que os diga. A uno, cuando el amor propio anda flojo, estas cosas le hacen ilusión.