Esto va rápido. La vida, digo. Hace 72 horas tomando pintxos por San Sebastián. Dos zuritos, dos de jamón, dos de salmón y uno de morcilla. Intercambio de sonrisas. Cambio de parroquia. ¿A que habiamos venido? Ah si, que mañana es la maratón. Hace 48 horas ya había pasado la maratón. Conducía el coche de regreso a Madrid. Las piernas recordándome lo que había hecho por la mañana. De la carrera ya hemos hablado ¿no?. Sonreía. El efecto placebo de la sonrisa mitigaba el dolor de patas, el cansancio, el que al día siguiente fuera lunes. Mis chicas dormitaban en el asiento trasero. Una en su sillita. La otra, recostada sobre la puerta. También por tenerlas a ellas sonreía. Hace 24 horas todo esto se me antojaba lejísimos. Mi disfraz de maratoniano colgaba en el tendedero. Es verdad, parece decirme mientras se seca, estuviste ayer allí. A casi 500 km de aquí. Sonreí de nuevo. Hoy ya da vértigo volver a pensar en Donostia. Está más cerca la próxima carrera que la última. No en el tiempo. En mi cabeza. El engranaje se ha vuelto a poner en marcha. La ruleta gira sobre las distintas opciones. Apunta a diciembre. ¿Dónde se detendrá?. Más sonrisas.
Mientras dure la inercia, mientras espero destino he decido que esta semana paro de correr. Nadaré y, si el tiempo acompaña, sacaré la bici... que no solo de correr vive el monje.
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