Casa Sebas (II)

De esto hace ya 20 años. Lo que comenzó como una vía de escape del yugo impuesto por su madre se había convertido en una necesidad diaria. Igual que el café negro colado que se preparaba cada mañana, también necesitaba salir a correr por la tarde. Ni menos de 45' ni más de 1 hora. Su mujer, Aurora, le conoció como corredor, se enamoró del corredor, se caso con el corredor y sabía que se moriría junto a un corredor. Las marcas no eran, ni muchos menos, de salir en la prensa. Pero eso daba igual, al fin y al cabo su sueldo estaba ligado a los cafés y las cañas que ponía. Aún y así, una vez al mes se ponía un dorsal y competía donde tocaba. Bajo el arco de meta le esperaba siempre un beso complice de Aurora y una pregunta:
- "¿Qué tal Paco? ¿Se dió bién?"
Y siempre contestaba lo mismo:
-"Hombre, darse, darse no se da mal...pero bien tampoco"
En Casa Sebas, las noches de tertulia junto a la chimenea, cuando los pacharanes empezaban a minar el buen funcionar del recuerdo, los más nocturnos del pueblo contaban la misma historia. Decían que a Paco, cuando contaba 18 años, le vino a buscar un tío de la capital. De porte nada atlético pero bien vestido, se presentó como Adrián Márquez, cazatalentos deportivos. Pelo engominado hacia atrás y medio bigote dibujaban una cara de chiste que se acompañaba de una voz ridiculamente chillona. Contaba que había visto correr al chaval en la media maratón del bajo Gredos y quería llevarlo a Madrid. Le intentó vender un estupendo futuro con Mundiales y Olimpiadas en el horizonte. Le prometió gastos pagados y un viaje al mes al pueblo. Le dijo que compartiría carreras y entrenamientos con grandes figuras que a él ni le sonaban. Viajes, fama, la gloria... y acabó, borracho como un piojo, acodado en la barra y tirandolé los trastos a La Gallega.