Llegó Agosto. No me acordaba que, prácticamente todas, las piscinas cubiertas de Madrid chapan este mes y lo de ir a nadar se convierte en mucho más que una odisea. Esta ciudad, capital del reino, aspirante a olímpica en 2016 no tiene perdón cuando falla en cosas como estas. Ayer buscaba alternativas cerca del trabajo para aprovechar la hora de comer y... al final, menú de 10 € en el bar de enfrente y a seguir currando.
Y como alternativa siempre nos quedan las piscinas de verano... grandes zonas verdes, con o sin árboles pero siempre con sombra y bareto, rodeando estupendas piscinas donde remojan sus calores jóvenes (y jovenas) cuyos cuerpos han sido tomados por las hormonas y juegan a una especie de teto light fuera, dentro y alrededor de la piscina. Nadar ahí es más peligroso que hacerlo en un charco con pirañas. Te pueden caer encima el gallito de turno y su voltereta doble, te puede arrollar la parejita de adolescentes juguetones subacuáticos, incluso te puede dejar tocado y hundido ese niño que aprende a tirarse al agua haciendo la bomba. Imposible enhebrar tres largos seguidos...
A parte de esto ayer volví a correr después del esguince y el coji-trote de Pálmaces. 45' de calorazo, casi a oscuras ya, y buenas sensaciones. El tobillo no duele durante, el pie no esta hinchado después y el ritmo deja mucho margen de mejora. O sea, que el sábado cumplimos con dignidad con el Jabaliman y el resto del mes de agosto, que tocan vacaciones, podremos patear sierra, correr algún ratillo y hasta ir de verbena con baile de pasodobles y rumbitas incluidos.
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