Entre las cosas que voy a intentar recuperar este año está las salidas en
bici de montaña. Pero para ello primero tengo que recuperar la
bici de
idem. Ya he hecho un par de intentos de salir con amigos con los que iba antes pero la montura no está para lucimientos. Por eso,
apaños Monje (nunca me dejéis vuestras
bicis) se lío ayer con lo que hasta ahora era una
bici para pasear a la princesa en su trono y bajar hasta la playa 4 o 5 veces cada verano. Con las herramientas que tenía y un bote de aceite he intentando obrar el milagro. Y hoy,
prontito, me he puesto lo que he pillado por aquí -incluyendo el casco de
Anna bien
apretadito- y me he echado al monte. A probarla.
Salida llena de
obstáculos, unos naturales, otros mecánicos y otros intrínsecos al propio ciclista (¡
jodo que bien
traido el
palabro, y eso que soy de ciencias!).
Los naturales, y no habituales, mostraban la resaca de un día de vendaval y han dejado llenos de árboles enteros, grandes ramas y paredes
caídas las trochas y
trialeras de
Collserola.
Los mecánicos presentes en forma de ruidos dignos de Expediente X, roces
mutantes que cambiaban de lugar, frenos que se destensan, ruedas que se frenan. Más o menos lo mismo que antes de meterle mano yo al asunto. Y los del
propio ciclista...los peores (y más que obstáculos, excusas). Torpeza al trazar bajando, canillas flojas en subidas con piedras, pie a tierra a la primera de cambio, golpe de riñón canino del todo, coco flojo y
cagalera cuando hay surcos cuesta abajo. De todo, vamos. ¡ Ay, si se solucionaran igual que los mecánicos! No he sumado parciales pero seguro que ha estado más rato la
bici encima de mi hombro que yo encima de ella. Sin exagerar. Pero, lo importante es que vuelvo a dar pedales, todavía se ir recto y me encanta...y eso que desde el 9 de septiembre no había puesto el
culete encima de un sillín. ¡¡
einnnn!!