Tantas como días arrastrando ojeras y sacando mocos. Algunos días incluso con cambio de modelito al mediodía. En la última semana he paseado fiebre encorbatado como un maniquí de El Corte Inglés, he gastado toneladas de kleenex que llenaban los bolsillo de mis tejanos, he coleccionado escalofríos dentro de un pijama y aplastado por un edredón, he sudado virus dentro de una sauna, incluso he escupido porciones de infección del más alla interno mientras trotaba sobre las baldosas de una acera. Y aún me queda. Estoy en fase del estornudo fácil, la lágrima espontánea y el invisible torniquete en la frente que acuchara las neuronas.
A traición. Creo que así fue como me pillo el trancazo que porteo como un cutre sherpa urbano en horas bajas. Material de derribo de tío que en pocos días he llenado un album de cromos de la colección "Joder, que mala cara haces". Un rato de sombra haciendo guardia junto a unos columpios (¡para que te quejes Chewaka !) ha conseguido lo que madrugones piscineros, nocturnas carreras o chorreantes salidas de bici nunca fueron capaces de lograr. Para estar sentado en un banco a la sombra de un edificio no esta hecho este castellano, cosecha del 72. Eso si, el chorro de voz de machote que tengo ahora no deja indiferente a nadie (sobre todo por teléfono). Claro que, por suerte, eso no dura para siempre. En fin...
¡ Felices estornudos !
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