El rato que trotamos de noche nos sirve para coger altura y ser testigos de este bello y a la vez duro enfrentamiento. Los senderos y riachuelos que dibujan la geografía de la maratón de la Vall del Congost son el botín para el ganador. Solo puede ser uno. Mientras, un buen puñado de corredores hacen apuestas acerca del resultado final. Todos somos partidarios de un sol al que vemos flojear cuando intenta bajar al valle. La niebla, agarrada a las copas de los arboles se hace fuerte y rechaza los envites del astro rey. Cuando el camino nos lleva a subir, ahogándonos en nuestro esfuerzo sin piedad, el sol acaricia nuestras cabezas cubiertas de escarcha. Cuando trotamos ladera abajo, dejándonos caer, nos sumergimos en una atmósfera fresca y humeda que deja el sudor perlado. Otra vez arriba. La niebla no deja ni un resquicio por donde el sol cuele sus rayos más madrugadores. Pisamos nieve, resbalamos sobre el hielo. Esta vez no nos hundimos al correr sobre un barro rígido. A pesar de todo sabemos que la niebla solo puede aguantar unas horas. El paso del tiempo favorece a nuestro aliado. Y mientras... pasan los kilómetros y nos vamos acercando al lugar de encuentro, parada obligada, de todos los grupos. Alrededor de la mesa de Can Vellber todos somos iguales. Con el almuerzo celebramos el triunfo de aquel que, siendo ahora aliado, en verano se convierte en enemigo. Hay que celebrar. Siempre. Y después volver a donde todo comenzó, en mi caso casi 6 h antes. Después de 32 km que, aunque me llevan al punto del que salí, lo hacen dejando unas piernas sucias, un cuerpo cansado y un tio un poquito más feliz que cuando sónó el despertado. Salud compañeros !
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1 comentario:
cabezas cubiertas de escarcha...
volldammfreda!!!!
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