Me aburro. Y cuando me aburro pienso en colores. Una noche, totalmente desvelado, giraba bajo el edredón a izquierda y derecha, siempre sobre mi mismo. Anna se despertó y me dijo: si no puedes dormir piensa en colores. Funcionó. Yo lo he ampliado del insomnio al aburrimiento. Y también funciona. Miro a mi alrededor y colores que aquí no me dicen nada me llevan fuera de esta habitación con poco esfuerzo. Me escapo. Huyo.
El azul de esta moqueta podría ser el color del agua del Atazar en las tardes de primavera-verano que pruebo el neopreno antes de algun triatlón. El rojo que cubre la cama no es distinto del color de mi bidón de isostar, compañero incansable de salidas cortas y largas en bici. También rojo, pero más tirando a ocre es ese maillot sin mangas que sale del armario con la llegada de buen tiempo. Hay un verde provocador en la portada de una revista (TV Spielfilm) que sería ideal para cambiarle la cara a la cabra. Y el amarillo del cartel de salida de emergencia, clavadito al de mis zapatillas "voladoras" o al arco de meta de aquella carrera de montaña donde disfrute tanto... esto funciona, pero menos mal que mañana vuelvo.